Ándres Paniagua,
Sin nada detrás,,
ISBN: 978-607-516-236-2,Ciudad de México,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
2019, 91 pp.
Alexa Palacios (Mazatlán, Sinaloa, 1996). Estudió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Autónoma de Querétaro. Obtuvo el primer lugar en poesía dentro de la categoría sin formación profesional en el Encuentro Nacional de Cultura y Arte "Somos universitarios", edición 2016. Actualmente es becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA 2018-2019 del estado de Querétaro.
Sin nada detrás
Alexa Palacios
“¿este es mi sonido real o únicamente lo he hecho sonar en público?”, pregunta Andrés Paniagua en Sin nada detrás, un libro complejo y rico semánticamente que, además de varios niveles de lectura, abre múltiples interrogantes, entre las que destaca la siguiente: ¿qué tanto de lo que digo es realmente lo que quiero decir? En menos de veinte cuartillas, Andrés aborda el poema como un artefacto que no sólo está atravesado por el lenguaje, sino que además presenta múltiples barreras al momento de abrirse al lector, las que impiden al poeta dar cuenta certera de que lo que escribe corresponde a su propia voz.
Estructurado para leerse como poema de largo pero dudoso aliento, Sin nada detrás está lleno de citas que dan cuenta del juego de la voz o las voces y de cómo estas se rebelan contra el autor, de tal suerte que la mirada de quien lee sobrepasa la intencionalidad del poeta al escribir.
Entonces, ¿esta intención está realmente plasmada en el texto? Acompañado de referencias a la voz como un vacío en el poema, aparece como constante la metáfora de las palabras como un agujero en la chapa de una puerta. Contra la imagen romántica del genio todopoderoso capaz de expresar pura e íntegramente su pensamiento, pero también alejado del ideal ilustrado de trazar un camino fiable entre la palabra y la realidad, Paniagua expone la imposibilidad del poeta de comunicar de una manera “pura” su propia poesía, contraviniendo su deseo de convertirse en un creador absoluto y sentando la base, incluso, para la imposibilidad de que pueda existir una figura de esta magnitud.
“El agujero creció hasta ocupar el nombre de la voz”, dice un verso; sin embargo, conforme avanza el texto, el lector encuentra que el agujero ya era el nombre de la voz. No la voz, sino su nombre, en un juego ontológico de cajas chinas donde la voz misma queda al final dependiente de su nombre que, además, es un agujero que la consume. La realidad, en la poesía de Paniagua, queda como un elemento del que es imposible dar cuenta en tanto se escapa entre los balbuceos de quien habla o escribe.
Citando un poema de Anne Carson, Andrés Paniagua evoca a Juana de Arco, quien al ser interrogada respondía siempre “de acuerdo con lo que le dictaban las voces”, unas voces sin identidad que, según la respuesta que dio Juana a los inquisidores, eran además el camino hacia la luz, que también puede entenderse como el agujero que hay entre las palabras y lo que queremos que digan.
No obstante, y pese a lo que aparenta, el texto de Andrés Paniagua está lejos de constituir un monumento a la frustración. Es incluso posible leerlo como un casi místico monumento al lenguaje mismo, un espacio de realidad que existe para sí y al margen de lo que queremos que diga; un espacio que se construye con referentes, pero que puede sobrevivir sin ellos.