ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Maricela Guerrero,
Tercer domingo de junio,
México, Grafógrafxs,
2021, 37 pp.


Lolbé González (Mérida, Yucatán, 1986). Maestra en Psicología Clínica por la Universidad Autónoma de Yucatán. Es docente en la licenciatura en Lengua y Literatura Modernas de la Universidad Modelo. Participó en las antologías Yo quería llamarme Emilio, como tú, y otros poemas (Grafógrafxs, 2021), Blavatsky. Antología del taller de poesía de Grafógrafxs (Grafógrafxs, 2022) y Desgracia, ebriedad, locura y tal vez Illinois. Poemas de amor de Grafógrafxs(Grafógrafxs, 2022). Es autora de Quiscalus mexicanus (Grafógrafxs, 2022) e integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.

 

Tercer domingo de junio: una pieza en tensión como una herida

Lolbé González

 

 

El padre es una tercera persona, no en orden de importancia sino en sentido gramatical. Un “Él” al que no se le interroga ni se le increpa de frente, sino en ausencia o por interpósita persona: la madre, el recuerdo.

Como esas cámaras instaladas en una estructura diseñada para hacer una toma 360 grados del asunto, Tercer domingo de junio, de Maricela Guerrero, gira en torno a lo que parece ser un blank space o una pregunta. La madre es una no-padre; la abuela, no-padre; las tías, no-padres; el padre, una incógnita.

Los poemas de Tercer domingo de junio se forman a partir del diálogo con otras manifestaciones de diversa índole. La autora mira con curiosidad equitativa exposiciones de arte y campañas publicitarias, esas instancias que nos cuentan quiénes somos, moldes del deseo por venir, pero también puntualizadores de lo que no es.

El padre no se deja atrapar en una fecha. Quien dio origen a la celebración en el tercer domingo de junio fue un viudo que se arremangó la camisa para hacerse cargo de los hijos. Se consideró aquello un acto de heroísmo.

Tenemos aquí una subjetividad que interroga a uno de los asientos de la mesa, en ocasiones vacío. Y a partir de eso, voces que en su contraste dialogan entre sí acerca de un tema a ratos doloroso, difuso o inaccesible. Hay algo de infantil en su reminiscencia, algo de collage de la experiencia. Pedacitos de instantes, canciones, series de televisión con los que se arma un padre. Recortes de virtudes, habilidades, formas de vestir y oficios que se supone que un padre podría tener. Nuestro padre también es eso. Un hombre que idealmente usaría una tierna metáfora para enseñarnos a manejar: “Frena como si debajo de tu pie estuviera un animalito tierno como Blas, así suave: frena suave y cambia la velocidad también muy suavemente”.

Pienso en Vanilla Sky y en el padre que el protagonista se construye y vacía en el psiquiatra que va a verlo a diario. Pienso en Rob Kenney, un estadounidense que ha creado un canal de YouTube (Dad, how do I?) en donde explica cosas como cambiar una llanta, arreglar una tubería, rasurarse la barba o hacerle el nudo a la corbata. Cuelga ahí videos de todo lo que le hubiera gustado que su padre le enseñara y también de todo lo que supone que otras personas podrían querer aprender de un padre, sobre todo en caso de no tener uno.

En Tercer domingo de junio se plantea una pregunta también acerca de la corbata como un símbolo descontextualizado pero recurrente de lo paterno. Se puede prescindir de un cuello en el cual colgarla, pero no faltará el corbatero o los accesorios de oficina para ese padre simbólico o real. Nada de lo cual nos dice cosa alguna acerca de las actividades de un padre adentro de la casa. Acerca de sus formas de estar.

A lo largo de los diecisiete poemas del libro surge la pregunta por ese “Él” desde lugares muy diferentes y con mayor o menor inocencia. Porque los padres son señores y muchachos a los que les pasan cosas y les bajan el sueldo o no les dan trabajo o se cansan y se van o se cansan y se quedan o escuchan corridos o los desaparece la guerra sucia. En este caso, las desapariciones paternas que se nos presentan (casi actos de magia) no siempre tienen que ver con la voluntad o la falta de ella, sino con un estado de cosas caótico o hasta violento. Un estado en el que resulta casi imposible permanecer inmune al desbarajuste de los afectos.