ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Aldo Rosales Velázquez,
Tiempo arrasado,
ISBN: 9786079692377
Revarena,
2019, 140 pp.


 

El olvido como fundamento de la creación y lo indecible

José J. González

 

¿Es, acaso, el olvido un síntoma de una afección anímica? ¿Qué es lo que lleva a los seres humanos a generarse pequeños agujeros en la memoria? El olvido nos conduce a re-crear una forma de comprender nuestro mundo íntimo y personal. En esa constante tensión que existe entre el querer-recordar y el no-poder-recordar, se gesta el deber-construir. Este deber, que es el resultado de la dialéctica entre el querer-poder, le promete al sujeto una especie de colchón para caer en suave. Pero el problema no se detiene allí, pues existe ese ligero presentimiento de que el olvido enmarca algo profundo, algo misterioso y aterrador.

Tiempo arrasado, de Aldo Rosales Velázquez, nos conduce por esa tensión anímica que experimentan los personajes, desde aquellos que tratan de evocar una forma difusa que se pierde en lo impreciso de la memoria, hasta aquellos que tratan de reconciliarse con su yo-pretérito, pero terminan desconociéndose más. Y es que el olvido podría circunscribirse dentro de esta serie de relatos como un fenómeno perteneciente a la imaginación, pues se vuelve relevante para la actualización de la pasión humana.

La pasión de los personajes tiene deseos claros y fijos, pero estos sólo son alcanzables en el momento en el que la invención y la pretensión de recordar los conduce a imaginar escenas que los mantiene entre el mundo real y el ideal. Esto es más evidente cuando el protagonista del primer relato trata de asirse a un recuerdo confuso de Pequeña Estrella, quien se presenta actualizada como Alana Piedad, provocando que ese mundo ideal comience a quebrarse, hasta que este se percata de que lo que ha obtenido es “un trozo de pasado que había ido a buscar esa noche”. Ese trozo de pasado es la cosa-en-parte, pero no la totalidad de ella, porque abarcar lo total conlleva a experimentar la imposibilidad de recordarlo todo.

Hablar del olvido nos lleva a pensar en la memoria, y es que uno conlleva al otro de manera inevitable. En el momento en que los personajes ejercen esa tensión de rememorar algún pasaje, lo que se provoca no es establecer una continuidad lineal del tiempo, sino que esa tensión provoca que estos personajes vayan de un hipotético pasado a otro. En la medida que pretenden asirse a un síntoma de recuerdo van construyendo un nuevo plano de secuencias que sólo tiene valía en la intimidad de su pensamiento. El tiempo se vuelve entonces algo frágil y peligroso.

Hablando del olvido, Clarice Lispector, en Agua viva, expresa: “Pero de repente olvido cómo captar lo que sucede, no sé captar lo que existe más que viviendo aquí cada cosa que surge y no importa qué”. Este captar la cosa es en Aldo Rosales la constatación de que estos personajes son seres inestables, seres inadaptados e incapacitados para relacionarse.

El mismo Aldo parece entrar en esta espiral que implica el olvido, pues a pesar de que el título del libro es Tiempo arrasado, no hay señales de este sino hasta el último relato, colocado allí en los labios de Esteban como ancla para evitar caer por completo al abismo; sin embargo, es Julio quien nos permite saber que este tiempo arrasado que tiene como manifestación el olvido es, en realidad, “el tiempo de alguien que no sabe estar vivo”. Ese esfuerzo por no olvidar se convierte entonces en tiempo muerto, pues evocas un hipotético pasado ocupando un presente evanescente.

Aldo Rosales configura un libro con ocho relatos que tienen como leitmotiv el olvido; los escenarios son estampas cotidianas para provocar que el lector se sienta familiarizado con algún personaje o situación, lo que hace entonces que el olvido se vuelva un fenómeno ominoso que está dispuesto allí en lo oscuro de nuestro consciente, agazapado como un monstruo a la espera de un tropiezo.