ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Rubí Hernández (Toluca, 1983). Estudió Ciencias Políticas y Administración Pública en la Universidad Autónoma del Estado de México. Labora en el área administrativa del sector educativo. Es integrante del taller de poesía de la revista Grafógrafxs.

 

TENGO MÁS QUE CONTAR

 

No había ni zaguán ni nada, sólo ponían unas tablas atravesadas, y pues empezaba a decir de cosas, a insultar, pero por defender a mi mamá también nos pegaba a nosotros. ¡Ay!, unas patadotas aquí en las costillas que no podía ni caminar. A Jaimito también le pegaba; una vez, con una báscula romana, se llamaba. Quién sabe cómo se la quité, si no, sí lo mata. Decían: “Abel está tomado”, y patitas pa’que las quiero. Era mucho miedo. Una vez estaba con un señor que se llamaba Vidal y se empezaron a enojar, a pelear, y que se va el otro, se sale y también nos salimos nosotros. Había unas pacas, bueno una arcina de paja y del otro lado era el patio –de donde está el escalón era de mi abuelito antes– ,y estaba una pared alta y nos subíamos por la paja y había nopales a la orilla, quién sabe cómo. Yo tenía tos, y luego había unos mogotes de avena o de trigo; quién sabe de qué eran. Ahí nos escondimos, y en la orilla, una barra de vigas, bueno una cerca de latas, morrillos, e iba pasando el ese señor con su retrocarga escopeta y mi mamá bien asustada: “¿Qué hacemos, qué hacemos?”. Y que a mí me empieza la tos. No pues me tapó la boca porque estábamos así pegaditos a la pared y él pasó así cerquita de nosotros. Mi mamá decía: “Que no le pase nada a Abel”. Ya no regresamos a la casa. Las puertas se quedaban abiertas de par en par, pero todo mundo tenía miedo. Las cazuelas llenas de comida. No comíamos, ahí se quedaba la comida y luego siempre escondiéndonos. Había gente buena, mi abuelito, no –y estaba a un lado–, el papá de mi papá. Cuando estaba en juicio le hablaba, le decía. Mi papá era malo tomado, se alocaba bien feo; en juicio, como ustedes lo conocieron. Decía mi mamá que a raíz de que dejó de jugar (futbol) él empezó a tomar. Pero sí era trabajador mi papá. Luego sembraban trigo, sembraban cebada, pero eran unas friegas. Por ejemplo, en este tiempo un ratito temprano a sacarla toda y asolearla y otra vez; las manos bien arañadas, pero me encantaba cuando iba a la máquina a trillar. Le echabas así, le echabas el ese, lo jalaba y por un lado tiene un tubo por donde salía un trigo, la semilla, y por el otro, la paja.

 

Nota

 

Es la tarde de mi cumpleaños treinta y ocho y, fiel a la costumbre de sobremesa, mi mamá comienza a relatar un momento de su vida. Cualquier palabra es detonante; no recuerdo cuál fue en esta ocasión. Aquel día nos remontó a cuando ella tenía doce años, hace ya cincuenta y ocho años de eso. Logro encender la grabadora del celular sin que ella se percate. Ocho minutos bastaron. Tras el deleite y el asombro, escucho la grabación una y otra vez. Me percato de los detalles, de las palabras inusuales (para mí) con las que describe aquel instante que ha perdurado en su memoria. Acudo a ella y le pido que me explique. Mis dudas, otro detonante. Me cuenta la anécdota una vez más, y ahora es más excplícita, porque quiere que la entienda a la perfección. Sale a relucir su experiencia de docente durante treinta y dos años. Me dice que tiene muchas más cosas por contar.

Hoy, una parte de su historia encuentra eco en la letra impresa, una expresión viva de su voz. Escucharla es muestra de respeto y una forma de hacerle saber la importancia de lo que tiene que decir.