ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Y que la sensación de estafa se dispare rumbo a la Vía Láctea[*]

Sergio Ernesto Ríos entrevista a Ángel Ortuño

 

 

Sergio Ernesto Ríos: Hoy vamos a platicar con Ángel Ortuño, un poeta nacido en Guadalajara en 1969, en el obsceno año de 1969, podríamos decir, ¿verdad, Ángel? 

 

Ángel Ortuño: Sí, bueno... obsceno, también igualitario.

 

SER: Ángel es autor de un libro legendario de la década de los noventa que se llama Las bodas químicas (Secretaría de Cultura de Jalisco, 1994) y que parece ser el anuncio de toda su obra posterior. Una poesía llena de filos, ingenio, ironía, humor; una afinada retórica y una musicalidad pocas veces vista en la poesía mexicana. Pero también habría que decir que este milenio parece ser el milenio de Ángel Ortuño, no han dejado de sucederse los libros. Podría citar Aleta dorsal (Arlequín, 2003), Minoica (Bonobos, 2008), El decapitado recalcitrante (La Colmena, 2006), Mecanismos discretos (Manosanta, 2011), Boa (Mantis Editores, 2009), Perlesía (Bonobos, 2012), El amor a los santos (El Viaje, 2015) y, por último, dos libros de los que vamos a hablar: Cola (Taller de Ediciones Económicas, 2016) y Muñecos infernales. Antología de textos no coleccionados (Filodecaballos, 2016). Este año ha sido bastante cargado de trabajo, ¿verdad, Ángel?

 

ÁO: Bueno sí, aparentemente ha sido prolífico. Ha tenido que ver más con un específico ritmo de escritura, en particular con la posibilidad de publicar, con la invitación a participar en determinados proyectos que de alguna manera reúnen, en un momento que parece ser una secuencia cronológica muy apretada, material que tenía en algunos casos más tiempo de haber sido escrito. Digamos que felizmente me invitaron a participar en varios proyectos y aproveché para darle salida a materiales escritos entre uno y dos años antes.

 

SER: Yo quería hacerte una pregunta o una especie de mensaje intrigoso, hablando de que es el milenio de los Ortuño. Por un lado, tú desde la poesía, pero también tu hermano desde la narrativa. Y no hay entrevista donde no le escuche defenestrar a nuestra querida poesía. Así que si tienes algún mensaje que mandarle, pienso que sería el lugar y el momento adecuados para saldar cuentas como hermano mayor.

 

ÁO: No, bueno, se dedica a lanzar por la ventana a nuestra querida poesía, pero lo que ignora es que abajo hay una cama elástica y que la poesía se pone a brincar y regresa a la ventana o se queda brincoteando ahí por encima de quien la defenestra, ¿no? Entonces, me parece que es un poco socorrido el sketch de bromear a propósito de los diferentes destinos de escribir narrativa y escribir poesía. Yo recuerdo, particularmente de niño, que en un almacén había un cuadrito que tenía dos personajes, estaba cortado por la mitad, y presentaba dos escenas: en una de ellas había un personaje bien vestido, muy atildado, muy gordo; en la otra, un personaje escuálido y con un traje lleno de roturas y remiendos. Y el personaje gordo decía: “Yo vendí de contado”. Y el personaje flaco y de los remiendos decía: “Yo vendí a crédito”. Siguiendo un poco con la broma de este sketch, pues el primer personaje, el rozagante del traje bien cortado y fino, escribió narrativa. Y, por otro lado, el escuálido de los harapos escribió poesía. Pero por eso mismo es como defenestrar la hoja de un árbol, ¿no? Es tan ligera que cae sin necesidad de causar un gran estropicio en la acera.

 

SER: Volviendo a este tema de la escritura y de estos libros que se han sucedido uno tras otro, ¿cuál es el secreto para mantener el caudal corriendo y caerle bien a los editores?, ¿cuál es el secreto que le pudieras dar a algún poeta en ciernes?

 

ÁO: Bueno, hasta cierto punto esto de mantener el caudal tiene que ver un poco con la convicción, un tanto descorazonadora, de que lo que uno hace, particularmente si eso que uno hace está cortado en versos, realmente le importa a muy pocas personas. Entonces uno puede sentir la absoluta libertad de hacer lo que se le venga en gana; no hay mayores expectativas que satisfacer, en términos de demanda, al público lector, de atención crítica, digamos. Entonces, al menos a mí me resulta muy divertido trabajar en un campo donde me parece que no hay ninguna clase de expectativa respecto de lo que va a salir y sencillamente hago lo que se me viene en gana. Por otro lado, el asunto de simpatizarle o no a los editores, pues bueno, no sé muy bien si eso pueda premeditarse. El asunto es que se encuentra uno con estos proyectos, que editar poesía es casi lo más desesperado que puedes hacer después de escribirla, pero resulta que pululamos o merodeamos todos por lugares similares, y a veces topa uno con gente a la que le interesa el trabajo.

 

SER: Digamos que nunca falta un editor ingenuo que puede ser timado, ¿no?

 

ÁO: ¡Exactamente! Sí, sí, sí. En el sufrido gremio de editores de poesía hay una predisposición al timo, que, bueno, no queda sino aprovechar.

 

SER: ¿Y qué tan difícil es mantener la intensidad de un libro a otro? Han sucedido bastante cercanos y hay una estética común en ellos, yo diría esto que mencionábamos de la musicalidad, la síntesis, un gusto por lo grotesco y lo violento, que no son en especial los lugares que la gente más asocia a la poesía, ¿no? ¿Cómo seguir manteniendo esta estética?, ¿cómo ir renovándola de libro en libro? Pienso, por ejemplo, en Cola, que es el libro del que quisiera que habláramos un poquito, que justamente, desde su formato y hechura, le da un giro a todo esto que ya puede ser, en cierto modo, una estética ortuñana. ¿Podrías hablarnos un poco de Cola?, de su impresión y de cómo fue realizado.

 

ÁO: Este es un proyecto que me interesó particularmente porque desde los medios materiales para realizarlo necesariamente me iba a forzar o me iba a llevar en una dirección que yo no había explorado en otro tipo de trabajos. Es decir, el hecho de que aunque hubiera sido un poco coincidencia que mi trabajo anterior se hubiera publicado, que me invitaran a participar en determinados proyectos editoriales, finalmente todos ellos tenían en común este formato de libro de poemas, esta idea de que iba a ser una especie de soporte físico para albergar una secuencia de textos, incluso algunos proyectos, como, por ejemplo, el que trabajé con BongoBooks, de Ismael Velázquez Juárez, de los Poemas swinger y otros malentendidos, que es sólo un libro disponible en la red, pero que es de estos materiales que están en la red emulando el formato de presentación de lectura del libro. Para el caso de este proyecto era un poco diferente porque surge la invitación no del medio literario, no del medio de la edición de poesía, sino de un proyecto más relacionado con las artes plásticas, el taller de ediciones económicas del que Lorena y Gabriela me hablaron, porque querían platicar conmigo, porque conocían algo de mi trabajo y les parecía que podía ser afín a ciertos proyectos editoriales que tenían. Me interesó que se dirigieran conmigo para ver qué era lo que en mis textos les había parecido que podía funcionar en esos formatos que estaban manejando. Nos reunimos para hablar en varias ocasiones, sin tener muy claro el proyecto. Inicialmente, habían dicho que les interesaba, tal vez, trabajar a partir de una serie de post en Facebook, donde yuxtaponía imágenes que me encontraba en la red, una suerte de mínima edición al hacerlas coincidir con textos propios o ajenos. La charla fue peripatética, deambulante, ya que Gabriela venía con su bebé, y si dejaba quieta la carriola, empezaba a llorar, entonces había que pasearlo, y estuvimos por el centro de Guadalajara dando vueltas para entretener al chamaco. Y en algún momento caí en la cuenta de que un poco lo que hacía en las redes (entrar a ver con qué me topaba y qué hacía con lo que me topaba) lo podía hacer en la calle, porque en el momento en que íbamos caminando por el centro de la ciudad había una serie de pregoneros, de merolicos vendiendo cosas, gente que te entrega tarjetitas ofreciendo todo tipo de servicios o volantes, lo mismo de una escuela para que aprendas inglés y triunfes en la vida, que de un sobador que garantiza que puede curar el sida o fracturas solamente poniendo las manos. Entonces, de pronto, cayendo en cuenta de eso, le comenté que lo que se me ocurría hacer era salir así a la calle, actuar como si deambular por la calle fuera una suerte de navegación en la red, y que iba a tomar los volantes, los papeles, las cosas que me dieran en la calle para operar a partir de ellas y tratar así de hacer una versión rudimentaria de esta edición, glosar algunos de los volantes, hacer anotaciones al reverso, no lo tenía muy claro en ese momento. De pronto pensé comprar una libreta para ir haciendo esta especie de álbum de recortes, pero después también me pareció que la libreta volvía a traer a colación este asunto del formato del libro como dispositivo de lectura. Entonces, un día que tenía que trabajar en la revisión de un material, en la edición de un libro académico, el editor me pasó unas hojas con las diferentes normas APA, los modelos para hacer todo esto de la bibliografía y del aparato crítico, lo que a mí me resulta una de las partes más chocantes, aburridas y repelentes del trabajo editorial. Y como no me gusta, al mismo tiempo que estaba leyendo y tomando nota de todas estas normas, las iba alterando, modificando, vandalizando, rayándolas, como hace uno con los libros de secundaria cuando está muy aburrida la clase. De pronto vi que la otra cara de la hoja estaba en blanco. Entonces supuse que había topado ya con el soporte para ensamblar todos los recortes de los volantes que me ofrecieran por la calle, y comenzar a trabajar, y aparte dejar la otra cara con las modificaciones, los tachones, las glosas obscenas a las normas APA y a las demás normas para bibliografías y referencias en los trabajos académicos. Y eso fue lo que determinó de alguna manera incluso la extensión. Era un conjunto engrapado de hojas tamaño oficio, y determinó parte del contenido porque, salvo algunos tachones, modificaciones o rayones, lo que quedó por una de las caras es este pequeño manual para distinguir los modelos básicos de las diferentes normas para revisar la bibliografía y notas para citar; y en la cara que no estaba impresa fui ensamblando todo lo demás, recortándolo tan chapuceramente como cuando tenía cinco años. Cuando ensamblé todo esto y volví a hablar con Gabriela, ella mencionó el interés que tenían en imprimirlo mediante un aparato que es básicamente, o al menos así me lo explicaron, una especie de fotocopiadora modificada para que trabaje con tintas hechas a partir de soya, que se podía conseguir una impresión en dos tonos muy interesantes porque...

 

SER: O sea, además el libro es vegano.

 

ÁO: Sí, sí, sí.

 

SER: Libre de gluten.

 

ÁO: Es Cola vegana, contrario a lo que se ha dicho a lo largo de toda la historia de los refrescos, donde los refrescos de cola son los más malvados, los peores. Esta es una sanísima Cola vegana. Además, la impresión gana en texturas porque hay un efecto similar al de imprimir a través de cedazos, como un poco ocurre con la serigrafía. También, como fue en un papel sumamente poroso, en este papel revolución, me parece, tenía esta otra cuestión agregada de que el método para reproducirlo no es muy exacto, entonces no quedan idénticos los ejemplares, induce a ciertos errores de impresión que a mí me gustaron porque también la premisa fue trabajar a partir, justo, de esos errores, tanto en los volantes como en la posibilidad de editar. Si algo no me gustaba, lo tachaba ahí mismo y le escribía por un lado sin editarlo, digamos, limpiamente. Y creo que finalmente se conjuntó cuando yo les presenté esta serie de hojas, esta resma de hojas que estaban engrapadas nada más por una esquina. Fue cuando Gabriela me propuso hacer algo en un formato similar a un fanzine, que era lo que iba a poderse hacer en este tipo de impresión, con esa extensión, porque además iría engrapado, evidentemente no hace lomo, no es un libro muy extenso. Y era un poco jugar también con la idea del poema largo, del poema de largo aliento, que a mí la verdad nunca se me ha dado. Yo tiendo a aburrirme alrededor de la línea decimocuarta o decimosexta de cualquier texto que escribo; no creo que haya una línea decimoséptima mía que yo soporte, y no se la quiero atestar a nadie más.

 

SER: En este caso, para hablarle un poco al lector, tengo enfrente mi ejemplar de Cola, y justo de un lado de la intervención de esta forma de citar dice: “Lo he intentado, pero todo es inútil”; y del otro lado, el poema que es uno de mis favoritos, porque además es siempre cierto. Dice: “En su oficina lo espera una persona que huele rico”, todo con letra manuscrita. Eso es lo genial de este libro, es una especie de collage, online, offline, vegano, de tintes posmodernos, ¿no?

 

ÁO: Sí, nos daba risa que hubiera tantas limitaciones, es decir, que ya fuera a salir yo de vacaciones, que no fuera a tener posibilidad de acceder a ningún equipo que me permitiera entrar en la red, en fin, todo parecía un obstáculo, todo parecía un tropiezo, todo parecía una limitación, y en algún momento decidimos operar a partir de esas limitaciones y no tratando de superarlas, sino un poco al contrario, un poco dentro de la lógica de juego infantil: si cabes en la caja, la caja es un avión o es un automóvil, ¿no?

 

SER: Y que jugara a favor de los poemas, del tema y de la hechura de este libro, ¿no?

 

ÁO: Sí, sí, sí. Probablemente es el libro en cuya elaboración, en términos de objeto de impresión, de reproducción, más he intervenido, porque generalmente lo que yo hago es proveer el contenido textual, y ya queda a juicio del editor la manera en que lo dispone en el objeto; pero en este caso estuve más involucrado con la elaboración, involucrado de la única manera que podría estarlo, porque digamos que la edición primorosa o la edición muy cuidada me excluiría por muchas razones, por dispersión, por torpeza de motricidad fina y, en cambio, en este caso la dispersión y la torpeza eran elementos necesarios. Entonces sí pude contribuir con mis verdaderas cualidades y habilidades, que eran más bien todas torpezas, pero de eso se trataba.

 

SER: Casi al mismo tiempo salió este otro libro que se llama Muñecos infernales, en Filodecaballos. Este título también es buenísimo y pone en relieve eso que forma parte de tu escritura: el diálogo importante con películas, el mundo del cine, la literatura, el internet, las referencias a la cultura popular en cierto modo. ¿Podrías hablarnos un poco de este libro?

 

ÁO: Claro. Este título surge porque recibí una invitación de León Plascencia Ñol, en su proyecto editorial de Filodecaballos, en la que me decía que iba a someter a concurso, para obtener unos fondos de coedición, un proyecto en el que incluía una antología personal de mi trabajo, es decir, quería que yo me releyera y le presentara una propuesta de los textos que aparecían en mis libros publicados que a mí me gustaran o me resultaran pertinentes para presentarlos en este formato de antología personal. A mí me dio mucho gusto la invitación, porque ya he tenido ocasión de trabajar en proyectos previos con León como editor. Me gusta mucho el trabajo que hace, y por supuesto que acepté. Pero hay muchos proyectos en los que acepto participar y en el momento de aceptar los considero ya terminados, entonces se me olvidan. Al cabo de un tiempo recibí un mensaje muy comedido de León para preguntarme cómo iba el trabajo de la antología personal. Porque tenemos años de conocernos, sabía que era un recordatorio, ya que él estaba seguro de que se me había olvidado. De todas maneras, como en ese momento resultaba muy bochornoso responderle que me había olvidado absolutamente y que la había dado por hecha a partir del momento en que le dije que lo haría, le respondí, con la mayor suficiencia que pude, que ya le estaba dando los toques finales. Esto era un lunes, y le aseguré que el viernes de esa semana se la enviaría.

 

SER: Como debe ser siempre, ¿no?

 

ÁO: Claro. Dije: Ya estoy en los últimos toques, ya estoy ajustando sólo unas cosas. ¿Te parece bien si te lo envío el viernes de esta semana? Me respondió que le parecía muy bien. Entonces terminamos aquella conversación y yo comencé a desesperarme y dije: Bueno, ¿qué voy a hacer?, porque no tenía nada hecho. Después pensé: Bueno, para hacer una antología personal tengo que releer lo mío. Entonces ya en casa tomé los ejemplares de mis libros, pero antes de leerlos me dio una flojera infinita releerlos para seleccionar algunos. Empecé a acordarme de algunos de los textos que, digo, no es que aparezca lo mío en muchas antologías, pero había varios que se repetían una y otra vez y me pregunté: ¿Agarraré algunos que no salen nunca?, ¿pondré a los que pueden lucir en el cuadro de honor o voy a sacar a los que se quedan escondidos en el cuarto de las escobas? Total que luego de dedicarle algo de tiempo al asunto, así como 10 minutos de intensa meditación y gran sufrimiento, pensé en mejor irme por el lado de la estafa y proponerle a León que se tratara de una antología personal, pero de textos no coleccionados, es decir, partir de la premisa de que ahí no iban a estar los textos míos que más me hubieran gustado de los libros publicados, sino aquellos que no me gustaron para aparecer en los libros publicados previamente.

 

SER: Los lados B.

 

ÁO: Los lados B, tal vez el lado Z, porque pues el lado B finalmente aparecía prensado en aquellos discos y estos no se prensaron en nada. Después, también al darme cuenta de que eso suponía meterme a bucear entre manuscritos descartados y archivos de la computadora que no iba a tener al alcance o que si tenía al alcance, no iba a saber distinguir de los otros, y que necesariamente iba a implicar un trabajo que, al menos a mi ritmo habitual, no terminaría el viernes en el que me había comprometido a hacerlo, lo que hice fue tomar una serie de textos por la organización cronológica que les da el programa al momento de guardarlos; partir del límite, de lo último que había aparecido en el último libro, y tomar de ahí para adelante hasta ajustar unos ciento y algo, y después tratarlos como si hubieran sido textos que correspondieran justo a secuencias descartadas de trabajos ya publicados. Me dediqué un par de días a la falsificación de mis propios textos para que en algún momento pudiera parecer que algunos habían sido descartados de Las bodas químicas, algunos habían sido descartados de Minoica, algunos otros habían sido echados de los poemas de Swinger. Estuve un par de días falsificándolos, lo que encontré mucho más divertido que leerme, y al cabo armé un conjunto y se me ocurrió redactar un texto previo para sintetizar todo esto o explicarlo, que es el que da apertura al libro; se titula: “Lo voy a decir sólo una vez”, que además es una frase que yo quería decir, por lo menos, o imprimir con mi nombre alguna vez en la vida, porque a mí, muchísimas veces me han regañado, llamado la atención, amonestado, desde los cinco años hasta hace cinco minutos, justo con esta frase: te lo voy a decir sólo una vez. Y yo soy pertinazmente incapaz de entenderla, pero la quería usar, se oye muy bonita, suena con gran autoridad y como que viste mucho. Y dije: Impresa pues va a lucir aún más y va a parecer que es una cuestión, una disquisición muy seria que justifica todo esto, cuando en realidad es un poco la desvergonzada y tal vez desparpajada manifestación del timo. Un poco a la manera de mi prestidigitador favorito, que es Beto el Boticario, que hace una gran presentación verbal de sus aparatos de magia y de sus maravillosos trucos y luego resulta que es una caja de detergente, un palo de escoba y todo sale mal. Finalmente, era un poco el vuelito con el que había quedado de hacer Cola y que me interesó mucho. Me di cuenta de que me divertía mucho más en procesos que se podían asimilar a la falsificación, a la mala copia, que si trataba realmente de esmerarme conforme a patrones que en realidad a lo largo de toda mi escritura han tenido muy poco que ver con lo que a mí realmente me interesa en términos estéticos. Hay algo que a mí me molesta tremendamente, una metáfora geométrica que suele utilizar mucha gente al comentar poemas: es un poema redondo. Pues yo quisiera que fuera trapezoidal o que fuera un triángulo escaleno, pero ¿redondo por qué? Entonces fue un poco trabajar a partir de esas fobias y además me parece que finalmente tanto en Cola, con todos estos tropezones y con todo esto de capitalizar las torpezas, como en Muñecos infernales, cuyo título además no tenía, pero afortunadamente unas horas antes ese viernes encontré en YouTube una película mexicana, todavía en blanco y negro, de los años cincuenta, a propósito de una maldición vudú, que se llama así tal cual: Muñecos infernales, y el título me gustó muchísimo y dije: Se va a llamar así, sin duda este es el título que debe llevar el libro. Al final, lo tuve a tiempo, se lo envié. Después, hice una apuesta de un vodka porque yo decía: No, no, León no se va a interesar por esto. Y, afortunadamente, perdí la apuesta, porque León sí se interesó y apareció el libro.

 

SER: Ha sido un gusto enorme, Ángel, platicar acerca de Muñecos infernales y de Cola. Nos quedamos con esta línea de la introducción de Muñecos infernales: “Y que la sensación de estafa se dispare rumbo a la Vía Láctea”. 

ÁO: Esa es justo la intención, y que la Vía Láctea sea también una chapucería hecha con foquitos que no sean ahorradores, o tal vez sí, en la línea de las tintas de soya y lo vegano de Cola. 

 

Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969-2021). Licenciado en Letras por la Universidad de Guadalajara. Entre los libros que publicó se encuentran Las bodas químicas (Secretaría de Cultura de Jalisco, 1994), Turbo Girl. Historias de la mamá del diablo (Ediciones Aguadulce, 2015) y Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas (Universidad de Guanajuato, 2018). Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores y formó parte del Comité Editorial de Grafógrafxs. Sus textos se pueden encontrar en antologías colectivas y han sido traducidos al francés y al alemán.

 

Sergio Ernesto Ríos (Toluca, 1981). Es director de Grafógrafxs, revista de literatura de la Universidad Autónoma del Estado de México, y secretario del Centro Toluqueño de Escritores. Publicó Larga oda a la salvación de Osvaldo (UANL, 2019), en coautoría con Minerva Reynosa; El ganador del primer premio del centro de estudios interplanetarios (Periferia de escribidores forasteros, 2019); máquina portadora de cabezas (edición digital, 2018); Quienquiera que seas (FOEM, 2015); Brazuca (Palacio de la fatalidad, 2015); Obras cumbres (BongoBooks, 2014); La czarigüeya escribe (Editorial Analfabeta, 2014), en coautoría con Diana Garza Islas; Muerte del dandysmo a quemarropa (UANL, 2012), y Mi nombre de guerra es Albión (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010). Tradujo del portugués copia_de_seguridad_3.1 (Grafógrafxs, 2021), de Érica Zíngano; Una confesión en la boca de la noche, de Danilo Bueno (Grafógrafxs, 2021); Boa sorte, 7 poetas brasileñas (Grafógrafxs, 2020); Bruno Brum a ritmo de aventura, de Bruno Brum (Palacio de la fatalidad, 2017); Droguería de éter y de sombra, de Luís Aranha (Palacio de la fatalidad, 2014); Oda a Fernando Pessoa (Palacio de la fatalidad, 2017), Paranoia (Palacio de la fatalidad, 2013) y Voy a moler tu cerebro (Red de los poetas salvajes, 2010), de Roberto Piva; y la antología de poetas brasileños nacidos en los ochentas Escuela Brasileña de Antropofagia (Kodama Cartonera, 2011). Tradujo del inglés, con Diana Garza Islas, Una noche, senté a Donald J. Trump en mis rodillas/Y otras teorías estéticas del siglo XXI (Oficina Perambulante y Palacio de la Fatalidad, 2017), a partir de un ejercicio de Chris Rodley.

 

 

[*] Esta entrevista se realizó en 2016 en las instalaciones de UniRadio y fue puesta en línea en la página de Grafógrafxs en octubre de 2021.