ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Nada se desperdicia

Shannon Peavey

 

Me abducen en cámara lenta. Lo hacen con cuidado y cautela. Lo único que cambia es el sentimiento de que no soy la misma persona que era. Algo extraño entró y se puso cómodo en mi piel; fue demasiado silencioso, demasiado gradual para que notara la diferencia. Pero hay cosas que ahora se me hacen difíciles, y que antes no lo eran. No puedo confiar en mí misma.

Me abducen en partes. En una noche se llevan mi brazo izquierdo y me dejan esta cosa rara y muerta, un bulto de carne sujeto a mi hombro que se parece a mi brazo y se mueve como mi brazo, pero no lo es… en verdad no lo es. Bien podría ser la pata de un gato o un carburador. Es algo ajeno.

Es una de esas preguntas como la de la paradoja de Teseo: ¿Ese barco es el mismo después de una restauración tan completa? No lo creo, no.

 

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Una abducción alienígena normal es más o menos así. Una fuerza misteriosa llama a una mujer triste que está como flotando. Se levanta y se queda de pie afuera mirando el cielo (¡y qué cosa tan brillante!). Un haz de luz la transporta a la nave nodriza en una neblina gloriosa, como Cristo que asciende al cielo. Luego, un grupo de escuálidos hombres grises con cabezas grandes y dedos largos la amarran y le realizan una serie de extrañas pruebas sexuales antes de regresarla a su cama sin un rasguño. Quizá olviden abotonar su piyama de manera correcta, ja ja. Esos extraterrestres, vaya personajes. Confundidos por nuestros extraños vestidos terrestres.

 

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La doctora lleva treinta minutos de retraso, y yo estoy sentada en una sala de espera color verde selva junto a una torre de folletos de herpes genital. En algún momento, la enfermera me lleva a un pequeño cuarto blanco donde me toma los signos vitales, o sea, mi temperatura y todo eso. Me dice que tengo una muy buena presión arterial.

Mientras espero otros diez minutos a que llegue la doctora, veo fijamente un diagrama del oído, cómo las partes del oído interno se tuercen hacia el cráneo en una apretada espiral similar a la concha de un caracol.

Luego, escucho en el corredor el taconeo de zapatos que se ralentizan y se detiene frente a la puerta. Cruzo las manos en mi regazo y pienso en cómo viaja el sonido, cada uno de esos pasos que resuenan en mi estribo y cóclea, y llegan a mi cerebro, que me dice: “Compórtate, no vayas a parecer una loca”.

La doctora es una mujer bonita. Lleva lentes bifocales con armazón verde. Toca a la puerta y luego entra sin esperar respuesta. Se presenta y se sienta enfrente de mí. Me pregunta qué tengo. Escucha con atención, pero lo arruina un poco la manera en que sacude la rodilla y entrecierra los ojos detrás de sus lentes.

Le digo mis síntomas. Le muestro mi brazo y mi pie muertos, así como mis tres dedos también muertos. Se sienten oxidados, como si se despedazaran cuando ella los toca.

La doctora vuelve a entrecerrar los ojos. Luego dice: 

—Quizá necesites tomar más vitamina B.

—Está bien —le respondo.

Me da un par de encuestas para que las llene. La primera pregunta sólo dice: TRISTEZA. 0, No me siento triste. 1, Me siento triste la mayor parte del tiempo. 2, Me siento triste todo el tiempo. 3, Estoy tan triste o infeliz que no puedo soportarlo.

Alzo la vista hacia ella, con pluma en mano. Ella no me mira a los ojos.

 

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La gente que es propensa a tener ojeras tiene una piel atípicamente delicada y delgada en esa zona. Creo que a los extraterrestres les ha de encantar eso: llegar, remover con escalpelo esos triángulos de fina gaza y luego coserlos para hacer los proyectos de arte más hermosos. Tapices y diminutas figurillas humanas, tan pequeñas y frágiles que, cuando las sostienen a contraluz, la luz pasa a través de ellas.

No es tan malo. ¿Lo entiendes? Se apropian de todo esto por una razón, incluso si no la comprendemos. Y al menos sabes que… una parte de ti, aunque sea esa pequeña parte, era deseada.

 

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Quiero sentir que me llaman. Quiero entender por qué esto me pasa a mí. Me iré a parar en medio de un campo en la noche y alzaré los brazos mientras digo: Llévenme con su líder. Por favor, pueden hacer todas las pruebas que quieran. Sólo déjenme en paz, devuélvanme mi vida.

Cuelgo mis codos por la ventana del departamento a las tres de la mañana y busco luces en el cielo; bolas de fuego, quizá, discos luminosos o esferas como ráfagas, pero sólo veo farolas y el titileo de un letrero de neón de una lavandería abierta las veinticuatro horas.

Entonces, tomo la vitamina B. La noche siguiente, abducen el lado derecho de mi cráneo. Eso hace que escuche un extraño zumbido en el oído o me dé una sordera repentina si giro la cabeza muy rápido.

 

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—Te ves muy bien —comenta mi compañera de cuarto—. ¿Bajaste de peso?

Encojo los hombros y digo: “Sí, supongo”, porque explicarlo conlleva mucho esfuerzo. Mi compañera de cuarto es el tipo de persona que le gusta ayudar, lo cual es encantador. Ella diría algo como: Bueno, la hermana de un amigo de Arkansas tiene fibromialgia y se curó ella sola bebiendo tés herbales y pensando en el balance cósmico del universo.

Pero sólo me dice:

—¿Puedes comprar unas toallas de papel cuando salgas al rato? El gato volvió a vomitar en la cocina y tuve que usar todo el rollo para limpiarlo.

Respondo que sí, pero me voy a tomar una siesta en lugar de salir. Estoy recostada mirando el techo y digo: “Apúrense”, porque si me van a llevar, ya estoy lista para irme. Y sólo me pregunto: ¿Qué voy a encontrar en la nave nodriza? ¿Me voy a reunir con mis partes perdidas o las han usado para alguna otra cosa? Quizá me despierte y lo primero que vea enfrente de mí sea a mí misma, el rostro que solía tener antes de que me convirtieran en una extraña.

A veces pienso que esto es todo lo que encontraré allá. Cien versiones de mí: cien hermosas figurillas cosidas. Recorreremos las cubiertas y nos tocaremos los rostros mientras nos preguntamos: ¿Esta parte viene de mí? ¿Esto era mío? ¿Y esto?

 

Traducción de Luis Alejandro Maciel Ortiz

 

Sobre Shannon Peavey

Shannon Peavey es originaria de Seattle, Washington. Cuando no escribe, trabaja como entrenadora de caballos y lucha a diario contra la lluvia, el lodo y las bolsas plásticas de comida de caballo. Graduada del taller de escritores de Clarion West, sus relatos han sido publicados en Apex, Writers of the Future y The Masters Review. Se le puede encontrar en su página de internet shannonpeavey.com o en su Twitter @shannonpv.