La soledad te invita
Iván García Mora
La soledad te invita a destapar una caguama, a pasar tiempo de calidad junto a ella. Le dices que sí, ¿pues qué más? Abres el refrigerador, la cerveza está igual de muerta que tus ambiciones en la vida. Te quedaste sin trabajo, no tienes novia, estás gordo como una sandía. Buscas un destapador por todas partes, no encuentras, ni siquiera tienes un encendedor. Recuerdas a tu madre regañándote: “Si vuelves a usar una cuchara como destapador, te rompo el hocico”. Tu madre ya no está, así que decides rendirle respeto, te prohíbes usar cualquier utensilio de cocina. Te pones creativo: “¿Cuánto a que puedo destapar la caguama con el carro del vecino?”, te gritas.
La soledad te invita a grabarte, a registrar este momento en la historia de la humanidad. Tú no quieres levantar sospechas, así que tomas un gorro y le haces tres agujeros con unas tijeras, sabes que tus ojos y tu boca no las reconocería nadie. Te cubres la cara, pero intuyes que no es suficiente, así que te pones un sombrero vaquero: eres un superhéroe, aún no decides tu nombre. Sales y te acercas al carro sintiéndote dueño de la ciudad. Por la forma en que caminas, derecho como villano de película gringa, cualquiera te sacaría la vuelta. Llegas a tu objetivo. El vecino está dormido o viendo la tele con su esposa, a ti no te importa. Acomodas tu teléfono en el tronco de un árbol, lo inclinas lo suficiente para que enfoque justo en el espejo del carro. El celular ya está grabando, muestras tu cara cubierta y la cerveza. Te paras frente al espejo, colocas la punta de la caguama en su borde. Sin pensarlo dos veces, le das un golpe justo donde se unen: la tapa metálica se desprende. Al carro no le gustó tu golpe, su alarma llena de ruido la noche. Recoges tu celular y sales corriendo alzando la caguama, como si fuera una antorcha olímpica.
La soledad te invita a hacer un canal en YouTube, tienes que aprovechar esa adrenalina. VaqueroKguamero, te bautizas. El nombre del video es gasolina para tus emociones: “Abriendo una caguama con el carro del vecino”. Te tomas una selfi con el sombrero y tu pasamontañas improvisado. La primera no te gusta, así que te tomas otra sacando la lengua. Tu foto de perfil te hace sentir especial, hay una sensación de poder que recorre tu cuerpo. El video ya forma parte de las redes. Sientes que acabas de destapar no sólo una caguama, sino una nueva etapa de tu vida. Para esto ya te acabaste la cerveza. Quieres otra, pero a esta hora ya cerraron las tiendas. Te resignas y te duermes.
La soledad te invita a tomar riesgos, te levantaste con malas noticias. Tu video sólo tenía 11 vistas y tu canal, tres suscriptores. “¿La gente ya no se divierte?”, preguntas en voz alta. Esto no se puede quedar así, tú lo sabes, por eso decides expandir tus límites. Haces una lista con los lugares donde te grabarás destapando caguamas. Una patrulla es lo primero que apuntaste, por eso estás escondido en el estacionamiento del supermercado. Ves al oficial alejarse. Te acercas rápido a su auto, ya vas grabando. En el video se notará tu adrenalina y con suerte algunas gotas de tu sudor. Tomas una piedra y la colocas a ras de suelo, ahí recargas tu celular. Acomodas la punta de la caguama en una ventana semiabierta, das el golpe mágico y la botella se abre. Un hilo de cerveza corre desde la ventana hasta el suelo. El oficial te grita, pero tú ya estás lejos, muy lejos, subiendo tu video a YouTube.
La soledad te invita a hablar con tu público. A esta altura el VaqueroKguamero ya está bien acurrucado en el corazón de la gente. Tus esfuerzos se vieron recompensados. Ya recorriste todo México, ya abriste cervezas en el techo del Palacio de los Deportes, en una portería del Estadio Azteca, en el último escalón de la Pirámide del Sol, incluso en la frente de una cabeza olmeca. Nadie ha podido atraparte, sólo el cariño de tus fanáticos. Tu canal ya tiene 23 millones de suscriptores, tus videos no bajan del millón de vistas. “Mi gente, aquí les habla su VaqueroKguamero. ¿Dónde quieren que abra mi siguiente caguama?”, les dices, alzando el pecho. Los comentarios no se dejan esperar, son una lluvia de letras que te motiva a seguir abriendo caguamas. Aunque hay uno que te llama la atención sobre los otros: “ABRE UNA CAGUAMA EN LA CABEZA DEL PRESIDENTE Y TE LA CREO”. Un reto, tienes un reto y le vas a entrar.
La soledad te invita a llamar a tu exnovia. Te despertaste sudando, un reto pone nervioso a cualquiera. Hace dos años que no sabes nada de ella. El teléfono suena: uno, dos, tres; al cuarto timbre te contesta. Su voz amodorrada te eriza la piel. “Soy yo, es que te quería contar…”, le dices con tono de niño llorón. Del otro lado te llueven ofensas: “Pendejo, ya no te acuerdas, baboso, estúpido gordo, ve y cuéntale a tu pinche madre”, y así sigue por un minuto hasta que cuelga. Tú lo que buscabas era cariño, una mano que te empujara a seguir destapando caguamas, por eso ahora estás en la banca de un parque. No traes máscara ni sombrero, quieres que la gente te reconozca sin disfraz, buscas un disparo de ánimo en vivo, que no dependa de la pantalla. Todos te pasan de largo. Lo intentas de nuevo afuera de una licorería, luego afuera de una tienda de abarrotes, después en la banqueta de una escuela. Eres invisible cuando no eres un vaquero.
La soledad te invita a gritar su nombre, te quisiste pasar de listo. Afuera de un rancho cercano, en pleno discurso del presidente, te subiste al escenario y le pusiste una caguama en la cabeza. La mayoría de la gente pensó que era una pistola. Para tu fortuna, no te balacearon, un guardaespaldas se te aventó como si fuera un portero. Estás atrás del escenario y ni quien te defienda. Te tienen agarrado entre cuatro hombres que miden casi dos metros, te acaban de dar una patada en los huevos. “¿Quién te crees, pendejo? ¿Por qué lo hiciste?”, te preguntan y luego te escupen en la cara. “¡Fue la soledad, fue la soledad!”, no dejas de gritar como si tu madre te estuviera regañando. El presidente termina su discurso, se acerca a ti, te escupe en la cara y da las órdenes. Tienes miedo de que haya sido tu última caguama, pero estás de suerte, nomás te encueraron y te dejaron en medio del desierto. Para tu fortuna, no te quitaron el disfraz, llevas tu pasamontañas y tu sombrero bien acomodados. Esta noche son dos: el VaqueroKguamero y la soledad. Le agarras la mano y caminan hasta que encuentran el pueblo más cercano.
La soledad te invita a casarte, ya no tienes ganas de grabarte destapando caguamas. El altercado con el presidente hizo que tus fans se burlaran de ti. Andas aburrido. “¿Pues por qué no?”, le dices a la soledad y te la llevas de la cintura hasta el registro civil. En el camino las personas te observan de reojo, es tu primera aparición desde que te encueraron, ya pasaron tres meses. En ese rato te la pasaste llorando, te enteraste de que subieron un video a YouTube con el nombre “FracasoKguamero”. Ahí enseñabas todo, menos la cara. Fuiste tendencia por una semana en México. “Es el FracasoKguamero”, “¿por qué trae un traje puesto?”, el viento te acerca los susurros de la gente. Ignoras a todos, hasta que un hombre se te arrima con una caguama y te empieza a grabar con su celular. Está hablando de tu fracaso con sus fans, hace caras frente a su teléfono, te apunta con la cerveza y sonríe a centímetros de ti. Tú no meditas y le das un golpe en la mandíbula: lo desmayas y el suelo es su nueva cama. “¿Quién sigue?”, gritas con voz ronca, pero todos agachan la cabeza.
La soledad te invita a destapar la última caguama. Estás de luna de miel. Tu esposa quiere que presumas ante el mundo que te has casado. Tú la piensas, miras por la ventana del penthouse que rentaron frente a la playa. Como que el mar te invita a grabar un último video, despedirte a lo grande, gritarles a los fans: “No me importa si ya no me quieren o si se burlan de mí, yo ya encontré el amor verdadero”. Le dices que sí, aunque pones una condición: esta vez sin tu disfraz. El problema viene cuando intentas quitarte la máscara; el sombrero como quiera lo aventaste a un lado, pero la máscara ya no sale. Por más que la jalas no la puedes sacar de tu cabeza. Intentas romperla, pero se estira y se estira hasta que sale de tus manos y rebota en tu cara. “Ay, amor, así con la máscara, no pasa nada”, te dice la soledad, sonriendo de oreja a oreja. Le haces caso a tu esposa, al fin que se enamoró de ti siendo el VaqueroKguamero. Ahora sólo queda escoger un lugar para abrir la última caguama. En el momento en que se te ocurre una idea, la soledad no se aguanta las ganas, ya te tiene entre sus brazos, besándote con la pasión de una recién casada.
Iván García Mora (Tijuana, 1993). Poemas y cuentos suyos aparecen en distintas revistas, como Neotraba, De-lirio, El Septentrión, Plástico y Low-fi Ardentía. Forma parte del comité organizador del Festival Internacional de Poesía Caracol Tijuana. Es autor del poemario Tadoma (Pinos Alados, 2020).