ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Sonetos[*]

Diane Seuss

 

 

El soneto, como la pobreza, te enseña lo que puedes hacer

sin. Tener, como dice mi madre, un deseo en una mano

y mierda en la otra. Esa fue su respuesta cuando le dije que deseaba

una cámara instantánea y un padre. Un deseo en una mano, me dijo,

mierda en la otra. Aún lo repite. Cuando me dice

que ojalá yo estuviera ahí para probar su sopa de frijol,

se responde sola. Un deseo en una mano, dice, mierda en la otra.

La pobreza, como la poesía, es buena maestra. De las que golpean tus

nudillos con una vara, pero no de las que arrojan un diccionario

que atraviesa el salón y te golpea el cerebro con todas las palabras

que alguna vez existieron. Los padres enterrados en sus cajas siguen siendo padres,

dice la maestra. Hacer sin los. Hacer sin y. Sin hot

dogs con tus frijoles. Un soneto es una madre. Cada palabra,

un dólar reluciente. Mierda en una mano, dice. Un deseo en la otra.

 

 

 

 

 

Me llamó de San Francisco, yo amamantaba al bebé, me dijo tengo

una lesión en mi pantorrilla, parece una quemadura de cigarro, esto fue en los primeros días de la plaga,

no había cocteles, las avispas asolaban el sótano donde vivía, su nido estaba

en el ventilador del baño, luego vinieron hormigas rojas que nos mordían, un sótano no es lugar para un bebé,

cuando recuerdo esa parte, pienso en papas pequeñas, estaba amamantando otra vez cuando

el cohete Challenger explotó, dicen que los astronautas estaban vivos hasta que la cabina

tocó el agua, con los ojos abiertos mientras se desplomaban, uno pensaría que mi leche

era abundante, pero no, y sin embargo soy un animal, luego vino la neuropatía

en sus pies, comenzó a renguear, él que había ganado un torneo de tenis, tres

figuras vestidas de negro aparecieron al pie de su cama y luego se quedó ciego,

pensó que la solución serían unos lentes baratos para leer, perdió la cabeza, luego

su cuerpo se llenó de agua salada, aunque había nacido en un lugar de agua dulce, río,

riachuelo, lago sucio, salamandras en los pozos caseros, sus padres eran pobres,

pero habían conseguido una alberca de segunda mano, ahí, detrás del puesto de frutas.

 

 

 

 

 

Soñé un color, sin trama, un color, extraño, antes vendían

unos zapatos llamados guindas, su color semejaba sangre de buey,

zapatitos de bebé, aunque no exactamente, tampoco hígado de ternera, aunque sí

se parecía más al hígado que al corazón, no era como el pelo guinda de esa niña,

ni caoba, puto color caoba, una vez me caí mientras caminaba sobre las rocas que había

alrededor de un lago de jade, el corte fue pequeño pero profundo y doloroso, mi

sangre, magenta rodeada de algo color anticongelante, 

un verde-amarillo impensable, bioluminiscente, aunque no como

las luciérnagas, putas luciérnagas que se acercan al índigo falso

de los relojes baratos que brillan en la oscuridad, quizá cierto manojo

de gladiolas que Mikel me mandó al departamento, él que había abierto

mi frasco de miel y lamido todo con su lengua, qué puto asco, qué

rabia, el color era una mezcla de gladiolas, miel, lengua, furia

y Mikel, que lleva tanto tiempo muerto, la lesión del sarcoma de Kaposi en su pulgar.

 

 

 

 

 

La muerte no existe en la poesía. Un verso puede disolverse en la pausa que sigue a su corte,

pero eso no es morir. En los poemas no hay sonidos de asfixia, no hay olor a sangre. Puedo describir

los sonidos, los olores, pero las descripciones son, de hecho, escondites. No hay nobleza

en las descripciones. ¿Hay nobleza en los poemas? Ojalá no. La nobleza es otro lugar

donde esconderse. “A través de esta legión de realidades sentidas despreciadas de mala reputación”,

escribió Alan en un poema. Espero que esté bien que te haya citado, Alan. Es un poema

sobre la incomodidad del amor, pero Alan estaría de acuerdo, no hay amor en los poemas. No hay amor

en un hongo, en un vestido de novia hecho a mano. No hay muerte en un pañuelo para funerales

que tiene bordado “Procura no usarlo”. Miré una lombriz y pensé

que era un ángel. Miré un ángel y pensé que era una tormenta. Lo que está mal

en la mente está mal en el poema. Es difícil que el niño que reparte periódicos

siga siendo niño. Se la pasa transformándose en una niña que le lleva pescado a su abuela

en una bolsa, la abuela en realidad es un lobo vestido de abuela que canta un pasaje

de Ulises: “Así se mantuvieron los dos por un rato, abatidos, acompañándose en su pena”. 

 

 

 

 

 

Mis tetas están llenas de moretones, como si hubiera cogido con un amante brusco, pero

no lo he hecho, hoy no, una vez fui suave con alguien y me di cuenta

de que odio ser suave, compré una pera dura y roja, tan dura como para

aporrear un crucifijo con un clavo, y dejé la pera dura,

quiero decir tan dura como un pito, sobre el alféizar rojo, la abandoné a su putrefacción

solitaria, hasta que empezó a exudar ese almizcle conocido, como si me dijera

cómeme, o lo cantara con voz de soprano, pero mientras más deseaba

que mis dientes se hundieran en su pellejo, más lo evitaba, le había perdido todo el respeto,

como en ese poema en el que las ciruelas pudriéndose son prueba

de que la eternidad es ilógica, obviamente es ilógica, y cuando por fin

me había decidido a lanzarme, la pobre estaba infestada

de moscas, era mi culpa, desde luego, pero culpé a la pera, culpemos todos a la pera,

esto no es una metáfora, sino una fábula cuya moraleja ha existido por los siglos de los siglos:

me preocupan estos moretones, ¿quién va a abrazarme cuando muera?

 

Traducción de Rodrigo Círigo

 

Diane Seuss (Michigan City, 1956). Poeta y crítica literaria estadounidense. Ha dado clases en Kalamazoo College, Colorado College, la Universidad de Michigan y la Universidad de Washington, en St. Louis. Ha publicado cinco libros de poesía, entre los que destacan Four-Legged Girl (2015) y Still Life with Two Dead Peacocks and a Girl (2018). Su libro frank: sonnets ganó algunos de los más prestigiosos premios literarios en Estados Unidos, como el Premio PEN/Voelcker, el Premio de Poesía del National Book Critics Circle y el Premio Pulitzer.

 

 

[*] Estos poemas forman parte del libro frank: sonnets (Greywoolf Press, 2022).