Tres poemas
Monserrat Arias
Todo lo que nunca fui conformada
para ser,
para serte, para sernos:
arde
y consume no encontrar las formas que nos unen,
tal vez nunca estuvo unido. Tropecé de nuevo,
lo siento, otra vez la imaginación
y ver las nubes amalgamándose,
una masa amorfa
inalcanzable.
No te desvanezcas, el llanto no sale.
¿Estoy acostumbrada?
Todo lo que nunca fui conformada
para lograr decirlo
y quedarme en silencio
con los dedos mudos sobre el teclado,
eso, nada especial,
sobrehumano.
La manía exacerbada
de querer
quererte mucho
convertida en lo mundano,
entre caligrafía fea
y tazas mugrosas.
Nunca fui demasiado alta,
demasiado nada,
con fortuna un hueco
donde caben minúsculos trocitos
de recuerdos.
Errática
se me sale el aire,
me quiero tapar los ojos
para sentirme bella,
las lágrimas brillan.
Todo lo maravilloso
la duda lo aplasta.
Jugoso, el dolor, se lame.
Incertidumbre.
Quiero parar, pero ¿cuándo es mucho?,
¿cuánto es mucho?
Si no quieres, no regreso,
no cruzo la calle,
no te digo voy.
Todo lo que nunca fui conformada
para sentir,
enterrar las uñas,
qué frustrante no ser
hasta mañana, vuelve siempre,
siempre, siempre, siempre.
Pero sí ese callarse desapercibido
que el ruido opaca.
Sin lugar a dudas no el mejor momento,
¿dónde se encuentran esos momentos oportunos,
los justo a tiempo?
Siempre te busqué.
Aquí estás,
cierra la puerta,
abrázame.
Volverte una rara imitación de otro espacio-tiempo
que sí fue verdadero, pero no el mío.
Y contra lo verdadero
no se puede nada
más que marcharse
sobando lo perdido, si es que te sabes perdida,
si es que encontraste el vacío
sin mentirte otra vez.
¿Es esto lo que me rescata?
Ser el signo de mi propia carne diluyéndose,
tinta para expiarme en lo rasgado.
Jugar a ser la fruta mosqueada,
letra por letra el desgajamiento
en desilusión carcomida.
Está por manía un algo
tan nuestro, bello o sucio,
rayoneado en un muro deslavado por la noche
donde me leerán desbaratar,
todo ese desvanecerse en la palabra
y morir en ella.
Dejar en tus manos
todas las páginas
que se deprenden de mi abdomen
(lo guardado entre flores disecadas).
En este constructo alrevesado
seré hábitos de un recado
pegado a no sé qué suela ilegible.
Un estado antinatural,
entre la muerte, lo obsesivo.
Conmoverme y agitarme.
Se ha abierto en canal aquello
que me rescata de la vida,
ese montón de tramadol, ron, jarabe
(todo lo dicho),
pastillas bien molidas,
los adioses abruptos.
Mezcla pastosa hecha
de últimos abrazos,
retacitos de papeles sin sentido
se atorarán en mi garganta
y quedarán dibujados sobre la banqueta.
Atar la pluma en el tobillo o bien clavada en la yugular.
Y regurgitar en una iluminación,
vomitar las tripas sobre un teclado:
tac, tac, tac, tac, tac.
Que este no-mañana valga la pena
y sea descanso de la angustia.
En ese ciclo contra natura,
¿Monserrat ha de morir,
reproducirse,
crecer
y al fin tal vez nacer?
No, sólo escribir
en ese cariño de fiera
amortajado,
asfixiado,
estrujado,
diluido,
mordisqueado,
lamido.
Porque estoy tan cansada de ser
la palabra equivocada, sintaxis errónea
de acariciar las planicies equivocadas,
de ver belleza en sus trágicas líneas,
personalidad de cigarrillo mal prendido.
Cuerpo poético propio
de sus signos de aguja.
Porque ya no por el cariño
meter la cabeza al horno,
aventurarme con piedras al río,
saltar a la jaula de los leones,
los paseos por las vías del metro,
el cable sobre el cuello,
la secadora en la bañera,
el delirio de los puentes
en esta historia será imposible.
Porque hay algo, eso es todo
lo bello y lo sucio,
la tinta y los dedos
hundidos en la tierra.
A través de un vacío
Sin darnos cuenta, cerramos los ojos,
dos mundos en caos mezclaron su cauce.
Torpeza, un beso, la noche.
Entonces me disculpo en un abrazo,
lloro en seco,
miro sin mirar nada y tu silencio me regresa.
Compadecerte es compadecerme.
Compadecerme es compadecerte.
Quisiera acariciar tu pecho
y hacer como que creo en mañana.
Pero estuve ahí también
desde otro sitio, lejos, aún sin conocernos,
como un mundo paralelo
que se destila a gotas.
Estuve ahí para mirar
la decadencia del mundo que nos prometieron,
como de visiones que se marchitan dentro de una red.
El desencanto.
Entonces me veo compartiendo contigo
esa mirada de quien ha visto demasiado.
Testigos de manos abiertas e imágenes rotas
se instalan en los sueños.
Saber que como cómplices de un crimen
hemos salido de la caricia primigenia y su cicatriz.
Entendemos más
de los sentidos y la idea
que de la carne o los fluidos,
pero perdimos ese instructivo básico
para eliminarnos de todo y de todos.
Entonces vuelvo a retorcerme en tus cobijas,
lamo tu boca
fingiendo que sé magia,
que olvidé la feralidad
de estar sola siempre
e intento detener la hemorragia
para no ahogarnos en la cama,
poso mi oído en tu espalda,
son las mismas canciones
que el otro no escuchó nunca
hasta el final de los tiempos.
Porque desde el fondo
de lo poco de esta juventud
que se dispersa
me acerqué descalza, toqué tu rostro,
jugaba
a deslizarnos en un apocalipsis
vertical.
Un no decirnos tal vez por siempre
entre nuestras manos amigas
que se encuentran
sin más, para alejarse después
satisfechas, tristes, cansadas.
Monserrat Arias (Guadalajara, 1995). Cursó la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán. Publicó el poemario Soft-release (Niño Down Editorial, 2021). Es integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.