ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Tres poemas

Monserrat Arias

 

 

Todo lo que nunca fui conformada

para ser,

para serte, para sernos:

arde

y consume no encontrar las formas que nos unen,

tal vez nunca estuvo unido. Tropecé de nuevo,

lo siento, otra vez la imaginación

y ver las nubes amalgamándose,

una masa amorfa

inalcanzable.

No te desvanezcas, el llanto no sale.

¿Estoy acostumbrada?

Todo lo que nunca fui conformada

para lograr decirlo

y quedarme en silencio

con los dedos mudos sobre el teclado,

eso, nada especial,

sobrehumano.

La manía exacerbada

de querer

quererte mucho

convertida en lo mundano,

entre caligrafía fea

y tazas mugrosas.

Nunca fui demasiado alta,

demasiado nada,

con fortuna un hueco

donde caben minúsculos trocitos

de recuerdos.

Errática

se me sale el aire,

me quiero tapar los ojos

para sentirme bella,

las lágrimas brillan.

Todo lo maravilloso

la duda lo aplasta.

Jugoso, el dolor, se lame.

Incertidumbre.

Quiero parar, pero ¿cuándo es mucho?,

¿cuánto es mucho?

Si no quieres, no regreso,

no cruzo la calle,

no te digo voy.

 

Todo lo que nunca fui conformada

para sentir,

enterrar las uñas,

qué frustrante no ser

hasta mañana, vuelve siempre,

siempre, siempre, siempre.

Pero sí ese callarse desapercibido

que el ruido opaca.

Sin lugar a dudas no el mejor momento,

¿dónde se encuentran esos momentos oportunos,

los justo a tiempo?

Siempre te busqué.

Aquí estás,

cierra la puerta,

abrázame.

Volverte una rara imitación de otro espacio-tiempo

que sí fue verdadero, pero no el mío.

Y contra lo verdadero

no se puede nada

más que marcharse

sobando lo perdido, si es que te sabes perdida,

si es que encontraste el vacío

sin mentirte otra vez.

 

 

 

¿Es esto lo que me rescata?

Ser el signo de mi propia carne diluyéndose,

tinta para expiarme en lo rasgado.

Jugar a ser la fruta mosqueada,

letra por letra el desgajamiento

en desilusión carcomida.

Está por manía un algo

tan nuestro, bello o sucio,

rayoneado en un muro deslavado por la noche

donde me leerán desbaratar,

todo ese desvanecerse en la palabra

y morir en ella.

Dejar en tus manos

todas las páginas

que se deprenden de mi abdomen

(lo guardado entre flores disecadas).

En este constructo alrevesado

seré hábitos de un recado

pegado a no sé qué suela ilegible.

Un estado antinatural,

entre la muerte, lo obsesivo.

Conmoverme y agitarme.

Se ha abierto en canal aquello

que me rescata de la vida,

ese montón de tramadol, ron, jarabe

(todo lo dicho),

pastillas bien molidas,

los adioses abruptos.

Mezcla pastosa hecha

de últimos abrazos,

retacitos de papeles sin sentido

se atorarán en mi garganta

y quedarán dibujados sobre la banqueta.

Atar la pluma en el tobillo o bien clavada en la yugular.

Y regurgitar en una iluminación,

vomitar las tripas sobre un teclado:

tac, tac, tac, tac, tac.

Que este no-mañana valga la pena

y sea descanso de la angustia.

En ese ciclo contra natura,

¿Monserrat ha de morir,

reproducirse,

crecer

y al fin tal vez nacer?

No, sólo escribir

en ese cariño de fiera

amortajado,

asfixiado,

estrujado,

diluido,

mordisqueado,

lamido.

Porque estoy tan cansada de ser

la palabra equivocada, sintaxis errónea

de acariciar las planicies equivocadas,

de ver belleza en sus trágicas líneas,

personalidad de cigarrillo mal prendido.

Cuerpo poético propio

de sus signos de aguja.

Porque ya no por el cariño

meter la cabeza al horno,

aventurarme con piedras al río,

saltar a la jaula de los leones,

los paseos por las vías del metro,

el cable sobre el cuello,

la secadora en la bañera,

el delirio de los puentes

en esta historia será imposible.

Porque hay algo, eso es todo

lo bello y lo sucio,

la tinta y los dedos

hundidos en la tierra.

 

 

 

A través de un vacío

 

Sin darnos cuenta, cerramos los ojos,

dos mundos en caos mezclaron su cauce.

Torpeza, un beso, la noche.

Entonces me disculpo en un abrazo,

lloro en seco,

miro sin mirar nada y tu silencio me regresa.

Compadecerte es compadecerme.

Compadecerme es compadecerte.

Quisiera acariciar tu pecho

y hacer como que creo en mañana.

 

Pero estuve ahí también

desde otro sitio, lejos, aún sin conocernos,

como un mundo paralelo

que se destila a gotas.

 

Estuve ahí para mirar

la decadencia del mundo que nos prometieron,

como de visiones que se marchitan dentro de una red.

El desencanto.

Entonces me veo compartiendo contigo

esa mirada de quien ha visto demasiado.

Testigos de manos abiertas e imágenes rotas

se instalan en los sueños.

Saber que como cómplices de un crimen

hemos salido de la caricia primigenia y su cicatriz.

Entendemos más

de los sentidos y la idea

que de la carne o los fluidos,

pero perdimos ese instructivo básico

para eliminarnos de todo y de todos.

 

Entonces vuelvo a retorcerme en tus cobijas,

lamo tu boca

fingiendo que sé magia,

que olvidé la feralidad

de estar sola siempre

e intento detener la hemorragia

para no ahogarnos en la cama,

poso mi oído en tu espalda,

son las mismas canciones

que el otro no escuchó nunca

hasta el final de los tiempos.

Porque desde el fondo

de lo poco de esta juventud

que se dispersa

me acerqué descalza, toqué tu rostro,

jugaba

a deslizarnos en un apocalipsis

vertical.

Un no decirnos tal vez por siempre  

entre nuestras manos amigas

que se encuentran

sin más, para alejarse después

satisfechas, tristes, cansadas.

 

Monserrat Arias (Guadalajara, 1995). Cursó la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán. Publicó el poemario Soft-release (Niño Down Editorial, 2021). Es integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.