De vuelta en la casa rodante
(o el lobo y el juglar)
Jenni Fagan
En ocasiones creo
que la poesía me dejará
— como quien llegó a las siete,
fisgoneó en cuadernos
robados, y deja el mundo entero
más frío que un cuarto de láminas.
Las pesadillas tan reales
que oriné en el rincón,
las siluetas y sombras
tan desconocidas como una sala de espera,
dormí en el suelo,
me trepé a una cama
en la mañana,
fue como si ella se hubiese metido en mí
y así, soñar —
como si me encogiese hasta ser un punto.
En ella había acentos,
gente vestida de gala o conjuntos deportivos
triunfaron por aquí y por allá, regresaron,
se ganaron sus “me gusta” y “no me gusta”
había polvo sobre la
flácida piel de
los gatos de porcelana, puré de papas
el golpe sordo de los platos contra las mesas,
sillas delirantes,
niños copiones-devorando pisos —
mi voz abandonada por completo
¿a quién echar la culpa?
Haciendo garabatos en la página
y una palabra que sigue a la otra —
¡Mira eso!
En ocasiones creo que
la poesía me
abandonará — como con quien me senté
en la unidad habitacional hasta al amanecer,
después de una noche interminable,
y él trajo un foco rojo,
y todavía logró esbozar
una sonrisa medio torcida,
contempló
el suicidio de una preadolescente
completamente decidida a morir —
todos tenemos ese derecho,
fue el azul y grana de las luces
del antro,
frenos metálicos pulverizando
dientes torcidos,
fueron los haces de las luces
del metro, destellos de ratas
corriendo a lo largo de las vías,
los latidos —
y el carrusel a la nada
ella sabe que los esqueletos
se visten con seres confundidos,
atrapados,
excluidos, cautivos,
ella fue tan inevitable como la lujuria,
el remedio no fue el karaoke,
como tampoco el sudoku supuso un reto.
Ella ya conocía el olor a mar
en mis bragas después de bañarme en el
río todos los días,
cuando dormía por una semana
en el bosque,
por una semana (ni siquiera era adolescente)
ella llegó (para entonces) como una canción de cuna
precisa como la infancia.
Se negó a irse.
Ella siempre juró discutir
el punto es, dijo, que el suspiro
más superficial no tiene fin,
volvió a pintar indiscriminadamente los cielos,
se recostó cada noche
a escuchar mi corazón,
prometió siempre estar consciente.
Si lo hice, los segundos agazapada
en rincones me enseñaron
a amacizar las lápidas
bajo la suela de mis Doc Martens —
¡Ella siempre le subía a la música!
¡Ella siempre supo del lobo y el juglar!
Se casó conmigo sin saberlo,
se fue al otro lado
y colgó esa pintura nuestra
de cuando nos casamos.
Traducción de Fred Castillo Dávila
Jenni Fagan (Livingstone, Escocia, 1977). Novelista y poeta. Ganó el premio del Sunday Herald de cultura en 2016 a la mejor escritora. Gracias a su novela Panopticon, fue incluida en la lista de mejores autores británicos de la revista Granta.