Yahaira González Barajas (Toluca, Estado de México, 1986). Licenciada en Comunicación por la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha sido editora y redactora en diversos medios impresos y web locales. Es narradora oral y cuentacuentos desde 2018 y miembro de la primera generación de cuentacuentos del Centro Cultural Toluca. Es integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs.
DECLARACIÓN
Jefe, ya le di mi nombre tres veces; me llamo Yahaira, se lo deletreo: Y-a-h-a-i-r-a.
¿Completo? Yahaira González Barajas.
Pues mire, yo llegué a las siete de la noche. Vine porque hace mucho, realmente mucho, que no salía con mis amigas. Después de dos hijos es complicado planear salidas nocturnas, pero bueno, la planeamos, vine, y mejor no hubiera venido. ¡Maldita noche!; maldito bar de mala muerte.
Y sí, sí conozco al tipo, una “loca”, déjeme aclarar. Lo conocí desde la facultad, estudiamos los primeros semestres del plan flexible, ya sabe, de pasada, trabajos en equipo, pedas en casa de compañeros foráneos, nada formal como una amistad. Sólo conocido.
En la facultad se rumoraba que realmente muchos eran de clóset, usted me entiende, gays no guys. Él era uno de ellos. No creo que le podamos llamar un crimen a esto que acaba de pasar, porque yo lo vi más como un arranque de celos.
Sí, celos, llegaron juntos y después de una pelea se pusieron en mesas distintas; él se fue a esa, la de Coca, y se la mentaban cantando las rolitas de banda de la rocola que los de la mesa del fondo pusieron. Ya casi iban a cerrar.
Ya andaban pedos. Se seguían cantando, se miraban, se viboreaban; se querían, se notaba.
¿Cómo vi todo eso? Ya le dije, lo conocí en la licenciatura, es difícil no clavarle el ojo a alguien que fue comidilla de los chismes de las jardineras. En la fiesta del “Chelo” el rumor duró tres semanas, un récord. Se decía que se comió al más mamón de la generación; se drogaron y pues amanecieron juntos. Ambos lo negaron, pero la fama se les quedó.
Sí, poli, fue un ajuste. Su pareja fue por unas “vikis” caguameras y unas papas fritas con salsa, pero se le notaba que le echaba ojitos al de la barra. Yo digo que lo hizo a propósito, esas sonrisitas y coquetería hubieran sacado de sus cabales a cualquiera. Lo vistió y desvistió con la mirada, pantalón vaquero ajustado en la entrepierna con playera de Iron Maiden y pues él se dio cuenta, como yo, que no le quité la vista de encima.
Fue al baño de la esquina, aquel que tiene la cortina de mantel, al lado del lavabo roto con el espejo lleno de grafiti “pilot”; se demoró, ebrios entraban y salían con los zapatos mojados, pero él no salía. Yo creo que estaba ya planeándolo o estaba llorando, porque salió empapado, el cabello, la camisa; los ojos hinchados, fijos, idos. Si algo puedo decir, es que no salió como entró.
Antes de terminarse la canción de Luis Mi se levantó; vaya canción para irse, se le metió el diablo al corazón y lo mató.