ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Silvia Yulmaneli Moreno León (Zolotepec, 1993). Egresada de la carrera de Filosofía de la UAEM. Es autora del libro Pizarnik: el frenesí hecho poesía (editorial Norte/Sur, 2019), así como de “Rulfo y la escala de grises del México posrevolucionario”, texto publicado en el volumen III, (Re)presentaciones de la historia, como parte de la publicación de las actas del congreso Escrituras Locales en Contextos Globales, realizado en Jena, Alemania. Fue ponente en dicho congreso. Es integrante del taller de narrativa de la revista Grafógrafxs.

 

SUMINISTRO DE SERVICIOS 

 

Mi nombre es Edgar Fanta. Nací y crecí en un pueblo a las afueras de la ciudad. Siempre me ha gustado escribir, a falta de talento para dibujar o hacer otra cosa.

Estudié una carrera de cinco años, concentrada en filosofía; sin embargo, no me dedico a eso porque en ninguno de los trabajos donde pudiera ejercer mis conocimientos me pagan lo suficiente como para sobrevivir de manera decente, pues tengo gustos caros.

Soy oficinista. Trabajo en una empresa fiscal o como quiera que se llame este sitio donde ayudamos a los ricos a... Es terrible tan sólo pensarlo. Mi oficina está en una de las zonas más bellas de la ciudad. Nadie de los que pasan cotidianamente o visitan esta parte se imagina que frente a sus narices se está cometiendo un crimen contra el Estado. Nadie, ni siquiera los que estamos aquí, comprende del todo lo que hacemos. No entendíamos la gravedad de las operaciones que realizamos hasta que llegó el nuevo presidente de la república, quien está cazando a empresas como la nuestra, “oficinas fiscales”. 

Aquí estoy, como siempre, sentado frente al monitor de mi computadora, mirando el reloj, esperando que el día termine o avance de manera rápida. Esta es mi rutina diaria y hoy no parece distinta. 

¿Pero qué se hace exactamente aquí? Puede decirse que aquí hacemos que aquello que no existe se vuelva real, es decir, “coadyuvamos” en la simulación de operaciones de empresas que tienen la maravillosa cualidad de no existir.

¿Cómo y cuándo lo notamos? Desde el primer día que buscamos las direcciones de oficinas, las miles de direcciones que tenemos bajo nuestro cargo, entonces los nombres de poderosos aparecieron, pero nosotros nos quedamos callados, no por la lealtad que tenemos hacia nuestros jefes, sino por el miedo de algún día despertar en las fauces de una ballena o, lo más común, en una bolsa de basura hechos cachitos.

Los seres que trabajamos aquí, en su mayoría jóvenes, sentimos culpa... Pero también algo parecido a la negación. Tenemos una falta de responsabilidad total; bueno, algunos; otros están bien convencidos de que la paga es suficientemente buena como para efectuar de manera ordenada y eficiente cada una de las acciones que les encomiendan.

Conocí a un tipo que soñó durante dos meses que la policía llegaba por nosotros. Vivió con miedo esos dos meses y luego se convirtió en el mejor redactor del área. Sus “suministros de servicios”, como denominan a lo que hacemos, son los más espectaculares documentos que en la oficina podrían verse. Tiene un don, desperdiciado en este lugar por 10 mil pesos al mes. Patético. 

Debo admitir que desde hace unos días comencé a sentir algo extraño en mí; despierto muy temprano y no puedo volver a dormir, pero esto no me hace llegar a la hora debida. Me quedo pensando en miles de cosas, imaginando miles de situaciones, sobre todo mi adiós a esta “gran empresa”, como la llama mi jefa y nada... Pienso en todos los chicos y chicas que se fueron con una mala relación con ella porque ya estaban hartos del trato recibido, de que no pagaran horas extra y, por supuesto, del fin último.

Volviendo a mí, no como bien o lo suficiente y lo peor es que he intentado ahorcarme. Imagino mi suicidio, pero bien podría dejar de trabajar aquí, eso me daría más ánimos... ¡Estoy que me carga la chingada! Solamente puedo sentirme mal por lo que hago, y por ser parte de la misma porquería de la que me quejo.

Mis manías se han acrecentado. Si antes odiaba los martes, ahora les temo y con cualquier pretexto evito ir a la oficina ese día. Por eso aplaudo al nuevo presidente, pero si él supiera lo que hago, también me juzgaría como a todos los otros criminales de cuello blanco. 

Pero al menos hay comida en la mesa y libros en el librero. Aunque el fin no sea el adecuado ni el mejor, al menos no soy yo quien da el disparo final. Yo solamente soy quien los formo y ordeno para su muerte. Esa es mi justificación para continuar con este blanqueo. 

Alguien golpea la puerta de la oficina; quizá por fin sean ellos, los que vienen a juzgarnos por nuestros actos de corrupción, benditos sean por liberarnos. Quizá me estoy volviendo loco de la desesperación de no tener más alternativa que esta para comer. Debe de ser eso...

Tocan de nuevo a la puerta. Sí, debe de ser la policía que viene por nosotros, nos llevarán a cumplir nuestra condena, a nosotros, el último eslabón de esta gran cadena de inmundicia.

“Tocan... ¡Tocan! ¡Que alguien abra esa maldita puerta! No nos salvaremos de nuestro destino”, grita el preso desde su celda de castigo.

 

 

VASOS COMUNICANTES 2 

 

Clonazepam 

“Esto sabe delicioso”, pienso. El líquido quema mi lengua y mientras eso ocurre mi pulso se vuelve más lento. Pongo otras cuatro gotitas debajo de la lengua para que el efecto sea más rápido y fuerte. En el medicamento busco una sensación placentera más que una reacción tranquilizante. 

Ramón coloca cinco gotas en el plato del gato. Dice que es lo correcto, que quiere dormir y que no lo deja con su llanto. El gato y yo tomamos el brebaje para no molestar a nadie con nuestro dolor. 

 

Sertralina 

Asisto a mi terapia. No me dicen nada nuevo, solamente que procure no pasármela acostada ni siquiera para leer; eso podría provocarme depresión a corto plazo. Escucho, pero no atiendo del todo lo que se me dice. Creo que causo problemas, siento que causo problemas, no hago caso de los ejercicios o “habilidades”, como ella, mi terapeuta, les llama, porque sé que no me servirán para nada, como los ejercicios que el ortopedista me daba para mi pie plano que jamás se recuperó. Todo esfuerzo es en vano. 

Espero la nota en mi receta: “la paciente no realiza los ejercicios”, como hacía el doctor que revisaba mis pies. Pero no ocurre; mi psicóloga me despide con una sonrisa y me dice que intente realizar los ejercicios y que la llame si tengo ganas de hacerme daño.

Nunca la llamo, me da vergüenza molestarla y prefiero meterme una pastilla extra o dos para dormir.  

 

Fray Bernardino Álvarez

“Será por eso que me trajeron para acá”. Así comenzó el concierto de los Caifanes en el Zócalo de la Ciudad de México el 10 de noviembre de 2017, preámbulo de lo que sería mi vida después de ese concierto. Es curioso como una noche te la pasas vitoreando canciones con las que creciste y al otro día te encuentras arrastrándote en medio de la sala del departamento de tu novio, llamando a tu madre entre gritos y golpeándote la cabeza en el suelo, mientras piensas en todas las posibilidades que yacen en la coladera. Culpas de todo a tu novio por no quererlo, te culpas a ti por no elegirlo y, mientras eso ocurre, las horas pasan como si fueran agua, pero tú no las sientes, no sientes el cambio de la tarde a la noche. Escuchas que tu novio llama a su madre desesperado y le dice: “ella está muy mal”; y del otro lado le responden: “Fray Bernardino Álvarez”. 

 

Personalidad Cluster B

La oscuridad lo baña todo y en mi cabeza solamente hay neblina. Me preguntan qué hago aquí, y lo mismo yo me pregunto: ¿qué hago aquí? ¿Cómo llegue a este sitio? La madre de Ramón dice que lo mejor de una crisis es que te ayuda a encontrarte, sin embargo, yo me siento más perdida que nunca. 

Una médica hermosa pasea con su bata blanca por el pasillo, me mira y parece que sonríe. ¿Será mi imaginación?

Arriba hay un letrero que dice urgencias, pero yo no me interpreto en una. Recuerdo a la hermana de una amiga que se mordió la lengua hasta sangrar para no entrar a este lugar. Miro el suelo, me piden que pase al mostrador de nuevo. Un médico apuesto y joven me atiende, pregunta mi nombre completo y la razón por la que me encuentro allí. No sé qué responder, y solamente digo: un aborto. 

El médico me pide que espere y dice que pronto me llamarán para consulta. Me siento en una de las bancas de este lugar mientras van pasando seres excéntricos. Hay una chica que canta una canción religiosa en el fondo de la habitación mientras teje algo. Mi corazón late con fuerza. En este primer encuentro me niego a creer que pudiera tener relación alguna con este mundo. 

Me llaman al consultorio. La médica me hace una serie de preguntas sobre mis últimas actividades y pensamientos. Todo apunta a suicidio y el diagnóstico final, con fanfarrias imaginarias, y ¡BINGO!: Personalidad Cluster B. 

Miro a Ramón culpándolo de todo.

 

Trastorno Obsesivo Compulsivo 

Ramón y yo vivíamos en el quinto piso de un conjunto de apartamentos de Tlatelolco. Allí hacíamos nuestra vida, entre canciones de Placebo, sueños rotos y medicamentos psiquiátricos. En ese lugar abundaba la cerveza como el polvo; un gato nos hacía compañía. La suciedad podría considerarse extrema. A veces Ramón tiene problemas con tocar agua, por eso no se baña por meses; hace rituales para todo, excepto para la limpieza, con eso tiene una dificultad, y también para encontrar trabajo; de donde nos conocimos se salió porque no cuadraba con sus horarios de estudio, pero no importa, está su madre que lo mantiene a sus 42 años, y una novia que proveía comida diario. Yo me mude con él al segundo día de pasar la noche juntos; ya no quería seguir pagando renta y Ramón parecía ser mi compañero perfecto; y digo parecía, el cuento de hadas se esfumó demasiado pronto. 

 

Litio

Mientras escucho a Siouxsie and the Banshees y tomo mi litio, un medicamento “antisuicidante”, me acuerdo de ti, Orlando, y de tus labios en mi piel rosándome… Starcrossed lovers, on a treacherous night, todo es un buen recuerdo que recreo una y otra vez en mi cabeza, hasta poder hacerlo casi real… Tus brazos cargándome y llevándome a la cama, donde desnudos nos reconocemos de otra forma. Allí estamos ambos, al amparo de cualquier luz pequeña que entrara al cuarto; nos devorábamos como si tuviéramos el tiempo contado, así eran nuestras visitas nocturnas hasta que llegó la pandemia y tuvimos que regresar cada quien a nuestro lugar de origen, sin poder despedirnos al emprender la huida. Queda el consuelo de que estuvimos juntos el día previo al inicio de la contingencia.   

Bebo jugo de arándano como esperando que aquel vacío se llene con agua dulce, y tomo mis medicamentos, tal como me dijiste la primera vez que nos separamos: “no dejes de tomarlos”. Obedezco. Estas pastillas son para no pensar en las pérdidas y en los sitios donde faltan los rostros que deberían estar. Pero no he contado nuestra historia aún, de cómo nos volvimos amantes, de cómo terminábamos acostados en tu departamento después de que yo inventaba cualquier cosa para librarme de Ramón…, de cómo nos mirábamos fijamente cuando nos encontrábamos y luego, de esa misma manera, nos desvestíamos lentamente hasta quedar completamente desnudos. Yo te comía hasta sentir la asfixia y tú casi morías de placer en ese vaivén incesante del cual éramos rehenes. ¿Por qué no te elegí a ti? Siempre me lo preguntaré. 

Starcrossed lovers, on a treacherous night… Sharpening the blades of murderous delight sin besarnos los labios, reconocíamos nuestro sabor. Al final, nos abrazábamos con fuerza, esperando que el día llegara. Y mírame hoy, aquí consumiendo un medicamento que dice más de ti que de mí, un medicamento que nos une de nuevo y que nos envenena la sangre, pero todo sea por no tener cambios bruscos de temperamento que nos provoca esta insatisfacción de no asir nuestros deseos.  

 

Nota

Vasos comunicantes es una novela corta que aborda la relación que tiene Helena con distintos personajes que viven y sobreviven, al igual que ella, una enfermedad mental. Esta historia es narrada en forma fragmentaria, asemejándose a la manera en que la memoria trabaja con los recuerdos.  

En 2020 me uní al taller de narrativa de Grafógrafxs. Solamente puedo decir que me encanta conectarme a las sesiones; es como estar en el Papalote Museo del Niño, ya que me divierto, juego y aprendo. Con el taller he mejorado muchos aspectos de mi escritura, además de conocer a autores de literatura contemporánea de la mano de nuestro sensei Alonso Guzmán. El taller es una experiencia gratificante en toda la extensión de la palabra.